domingo, 8 de diciembre de 2013

La sabiduría de los ancianos

Los niños, nos enseñan muchas de las cosas que nunca deberíamos olvidar. Esas cosas esenciales en la vida que cuando somos adultos parecemos olvidar. Nos parecen tontas, una pérdida de tiempo.
Los ancianos, viendo su vida en la última etapa, están tan cercanos a la infancia que a menudo se crea un vínculo especial. Los niños que tienen la fortuna de disponer de sus abuelos, sienten en aquellos seres algo especial. Ese vinculo hay que reforzarlo porque como dice mi marido, cada vez que un abuelo, ve a sus nietos, vive más tiempo. Pero es que no sé a quién le hace más bien. Mis hijos han tenido la poca fortuna de no disponer de sus abuelos, pero tienen a dos abuelas volcadas con ellos. Los adoran, los quieren con todas sus ganas, les inventan historias, juegos, les hablan con tanto cariño como dedicación y para ellos incluso es más divertido estar con ellas que jugar a la wii.
Mi hijo pequeño, con dos años, dice cada dia "venga mami, hoy vamos a ver a la abuela". El pobre lo dice con ilusión, a ver si hoy toca. Si pasamos por el camino cercano a alguna de ellas dice "biennnn, vamos a casa abuelita". Y cuando está alli es algo similar a estar en el parque de atracciones, nunca se quieren ir. Yo pensaba que a mi hijo mayor nada le gustaría más que jugar a su wii (la preadolescencia amenaza con fuerza en su cuerpo casi adulto), pero no. Siempre que le decimos que vamos a ver a sus abuelas, no pone ningun problema. Y no es solo porque les pongan su comida favorita (cada abuela tiene su plato estrella que le ponen siempre que van, aderezado con postres y chuches). Es simplemente su presencia, los juegos nunca caducos, o las conversaciones con ellas. Sus casas, con sus estilos diferentes son como sus pequeños reinos, alli todo vale.
Ojalá vivan muchos años.
Pero no me extraña que les gusten tanto. Yo recuerdo a mis abuelos, excepto a mi abuelo paterno que no pude disfutar. Por desgracia, no vivían en la misma ciudad, pero era tan maravilloso verles. Recuerdo especialmente a las abuelas. La madre de mi madre, siempre que venia a casa era una fiesta. Nos traía sus regalitos, valiosos más en cariño, porque eran tan apropiados para cada uno. Y esos trajes tan distinguidos. Recuerdo como me gustaba mirarla mientras se arreglaba, cómo se maquillaba. Yo la miraba como quien mira a una estrella de cine. Y sus conversaciones. Aun conservo sus cartas, con tanto cariño, cuando yo le escribía porque ¡con 15 años pensaba que no iba a encontrar novio!. Cómo me gusta releer sus palabras.
Y mi otra abuela, tan graciosa ella con sus frases, sus risas contandonos historias de la infancia de mi padre. Era tan cariñosa con todos sus nietos y ese "ayyyhijamia" casi de corrido. Me encantaba sentarme a su lado en esa casita en la que pasaba sus veranos, tomando el fresco. Nunca nos cansabamos de escucharla, siempre preguntandonos si queriamos algo, si teniamos hambre... la pobre después de criar 11 hijos con pocos medios, tenia aun fuerza para ayudar con los nietos siempre que fuese necesario. Sabiduría pura y dura.



Hoy he ido a misa a mi barrio. Mi barrio es un barrio nuevo que hace muchos años era un pueblo. La iglesia es antigua, pero tipica de pueblo, muy grande. Pero lo que más me gusta de esta iglesia, es ver a la gente que asiste. En su mayoría son ancianos. Se respira tanto cariño. Veo mujeres vestidas con sus mejores galas, maquilladas y acompañadas de sus amigas la mayoría, y de sus maridos. Se saludan de manera amable, se preguntan por sus cosas. Ayudan en la parroquia. Es un barrio de gente mayor, que se ha visto aumentado con una zona de casas nuevas con gente joven con niños. Pero si vas por la zona antigua, y vas con niños, siempre encuentras a una anciano que le pregunta algo, saluda a mis hijos, les dice algún piropo.. Me gusta este barrio y me gusta la gente mayor.
Me gusta lo que enseñan, lo que muestran y no siempre con palabras. Yo recuerdo un viaje que hice cuando la adolescencia tonta estaba a flor de piel. Mi hermana mayor, en su afán por espabilarme, me llevó a un asilo a portugal durante un verano a ayudar. Nunca olvidaré ese viaje. No les entendía, pero con su mirada y el "obrigado" permanente en sus bocas, me dijeron mucho más que un largo discurso.